- Realizar limpieza de archivos, desfragmentar (en HDD) y controlar aplicaciones instaladas mantiene el sistema ligero y estable.
- Actualizar Windows, drivers y ajustar efectos visuales y planes de energía ayuda a ganar fluidez sin cambiar de ordenador.
- Vigilar la temperatura, limpiar el hardware y mejorar componentes clave como RAM y SSD dispara el rendimiento del PC.
- Adaptar la configuración según el uso (ofimática, juegos, edición) permite aprovechar mejor los recursos disponibles.
Si tu ordenador tarda una eternidad en arrancar, los programas se abren con desgana y notas que todo va a tirones, es probable que ya estés pensando en cambiar de equipo. Sin embargo, muchas veces con unos cuantos ajustes bien hechos puedes recuperar buena parte del rendimiento original de tu PC sin gastar casi dinero y, sobre todo, sin volverte loco formateando.
A lo largo de esta guía vas a encontrar una recopilación de tutoriales prácticos para mejorar el rendimiento de tu PC, desde los trucos más básicos hasta optimizaciones avanzadas y pequeños cambios de hardware. La idea es que puedas ir aplicando las recomendaciones poco a poco, en el orden que más te convenga, y que tengas claro qué está haciendo lento tu ordenador y cómo frenarlo antes de tirar la toalla.
1. Limpieza y organización del disco: la base de un PC ágil
Con el paso del tiempo se acumulan archivos temporales, descargas olvidadas y programas que ya no usas, y todo esto acaba provocando que Windows tenga menos espacio libre y tarde más en leer y escribir datos. Antes de hacer nada más complicado, conviene dejar el almacenamiento en orden.
Los archivos temporales y los restos de actualizaciones son uno de los principales culpables de que el disco se llene sin que te des ni cuenta. Windows crea constantemente datos provisionales para que las aplicaciones funcionen, pero rara vez los limpia del todo. Cuando se acumulan, no solo ocupan espacio, también pueden ralentizar la carga de programas y del propio sistema.
Para quitarte de encima esta “basura digital” puedes usar el propio Liberador de espacio en disco de Windows. Solo tienes que abrir el menú Inicio y escribir «cleanmgr» para lanzar la herramienta nativa. Selecciona la unidad que quieras limpiar, deja que el sistema analice qué puede borrar y, cuando veas la lista de tipos de archivo, marca los que no necesitas (archivos temporales, caché, papelera, etc.) y confirma la limpieza.
Además del Liberador de espacio clásico, en versiones modernas de Windows también tienes funciones como el Sensor de almacenamiento, que automatiza parte de esta limpieza. Activarlo ayuda a que el sistema borre periódicamente archivos temporales y elementos de la papelera de reciclaje sin que tengas que acordarte tú.
Otro punto clave es el estado del propio disco. En los discos duros mecánicos (HDD) los archivos se van fragmentando con el tiempo; cada fichero queda repartido en diferentes zonas del disco y el cabezal tiene que dar más vueltas para leerlo. Esto hace que las lecturas sean más lentas y se note especialmente al abrir programas pesados.
Para solucionarlo, abre el menú Inicio, escribe «Desfragmentar y optimizar unidades» y entra en la herramienta de Windows. Selecciona el disco mecánico que quieras optimizar, pulsa en «Analizar» para comprobar su estado y, si lo ves muy fragmentado, haz clic en «Optimizar». Windows reordenará los datos para que estén más juntos y el acceso sea más rápido. En el caso de los SSD, esta utilidad realiza otra clase de optimización específica, por lo que no debes preocuparte si también aparecen listados.
2. Elimina programas que no usas y controla el arranque
Muchos problemas de rendimiento se deben a que el sistema tiene que cargar decenas de aplicaciones en segundo plano que no aportan nada. Algunas se ejecutan al inicio sin avisar, otras se quedan residentes aunque no las abras. Hacer limpieza de software es un paso obligatorio.
Lo primero es revisar qué programas tienes instalados. En Windows, entra en Configuración, ve a la sección de Aplicaciones y accede a la lista de aplicaciones instaladas para detectar software que ya no utilizas. Fíjate especialmente en herramientas que no reconoces, versiones antiguas de programas que ya has sustituido, pruebas que instalaste un día y olvidaste…
Cuando localices algo que realmente no te hace falta, selecciónalo y usa la opción de desinstalar. Si prefieres el método clásico, también puedes abrir el Panel de control y entrar en «Programas y características», desde donde tendrás una relación completa de todo el software instalado. Elige el programa, pulsa en «Desinstalar» y sigue los pasos del asistente. Tras eliminar varios paquetes pesados, conviene reiniciar el equipo para que no queden servicios colgando.
El segundo paso es controlar las aplicaciones que se inician con Windows. Muchas se añaden solas al arranque y, sin que te des cuenta, tu PC comienza el día abriendo mensajería, herramientas de sincronización, lanzadores de juegos, etc. Para desactivarlas, pulsa Ctrl + Alt + Supr y entra en el Administrador de tareas. Si lo ves en modo simple, haz clic en «Más detalles».
Dentro del Administrador de tareas, abre la sección de «Aplicaciones de inicio». Verás una lista de programas que se lanzan al encender el equipo, con una columna que indica el impacto en el arranque. Las entradas con impacto «Alto» suelen ser culpables de que Windows tarde más en estar operativo. Selecciona las aplicaciones que no necesitas desde el inicio y pulsa en «Deshabilitar». Podrás seguir usándolas cuando quieras, pero no se cargarán solas cada vez que enciendas el PC.
3. Optimiza el arranque y el comportamiento de Windows
Más allá de los programas que se abren solos, hay varios ajustes internos de Windows que influyen en cómo de rápido se inicia el sistema y cómo de fluida es la experiencia cuando empiezas a trabajar o jugar. Tocando estos parámetros puedes arañar unos cuantos segundos y ganar estabilidad.
Una de las funciones más comentadas es el llamado inicio rápido de Windows. Esta característica mezcla parte de un apagado tradicional con una especie de hibernación, de forma que el sistema carga más rápido los componentes esenciales. El problema es que, a cambio, puede provocar errores con ciertas actualizaciones o con cambios de hardware. Si notas comportamientos raros tras reinicios, te interesa desactivarlo.
Para ello, abre el Panel de control clásico, entra en «Hardware y sonido» y luego en «Opciones de energía«. En el menú lateral, haz clic en «Elegir el comportamiento de los botones de encendido». Después pulsa en «Cambiar la configuración actualmente no disponible» y desmarca la opción de «Activar inicio rápido». Guarda los cambios y prueba si el equipo se comporta de forma más estable, aunque tarde un pelín más en apagarse y encenderse.
Otro ajuste importante es el tiempo de espera del menú de arranque, útil sobre todo si tienes varios sistemas operativos en el mismo PC. Cuanto más alto sea ese tiempo, más segundos perderás mirando una pantalla que no necesitas. Para recortarlo, pulsa Windows + R, escribe «msconfig» y pulsa Intro. En la pestaña «Arranque» verás el temporizador; puedes reducirlo a 3 o 5 segundos para acelerar el proceso.
No hay que olvidar la seguridad: si tu PC está infectado, da igual lo que optimices, porque el malware acapara recursos, se cuela en el arranque y puede saturar CPU, RAM y disco. Usa Windows Defender (Seguridad de Windows) o tu antivirus de confianza para pasar un análisis completo. Entra en Configuración → Privacidad y seguridad → Seguridad de Windows, abre «Protección antivirus y contra amenazas» y lanza un examen completo si hace tiempo que no revisas el equipo.
Si quieres ir un paso más allá con el rendimiento general, echa un ojo a la memoria virtual. Windows utiliza un archivo de paginación en el disco para complementar la RAM cuando se queda corta. Un tamaño mal ajustado de memoria virtual puede provocar tirones o bloqueos. En Sistema → Información → Configuración avanzada del sistema, entra en «Opciones avanzadas» y pulsa el botón de «Configuración» dentro de Rendimiento. En la pestaña «Opciones avanzadas», toca «Cambiar» en Memoria virtual y, si desmarcas la administración automática, podrás establecer un tamaño inicial y máximo más adecuado (por ejemplo, sumar 1 o 2 GB extra en megabytes).
4. Actualiza Windows y los controladores para ganar fluidez
Las actualizaciones de sistema no solo corrigen fallos de seguridad; muchas veces incluyen mejoras de rendimiento, correcciones de errores y optimizaciones internas que hacen que todo vaya más fino. Ignorarlas durante meses suele ser mala idea, tanto por seguridad como por velocidad.
Para comprobar si tienes actualizaciones pendientes, abre Configuración, ve a «Actualización y seguridad» (o «Windows Update» en versiones más nuevas) y pulsa en «Buscar actualizaciones«. Si aparecen paquetes nuevos, deja que Windows los descargue e instale. Es recomendable reiniciar cuando el sistema te lo pida para terminar el proceso. Si el estado indica que todo está al día, puedes echar un vistazo a las «actualizaciones opcionales» (por ejemplo, ciertos controladores no críticos) que a veces mejoran compatibilidad o corrigen errores molestos.
Los controladores (drivers) son el puente entre Windows y el hardware. Si están desactualizados u obsoletos, es posible que tu tarjeta gráfica, tu adaptador de red o incluso el chipset de la placa base no estén rindiendo como deberían. Además, los drivers nuevos suelen añadir optimizaciones para juegos y aplicaciones recientes.
Para revisar los controladores, escribe «Administrador de dispositivos» en la búsqueda de Windows y ábrelo. Verás una lista con todo el hardware detectado. Si algún dispositivo muestra un icono de advertencia, es casi obligatorio actualizarlo. Haz clic derecho sobre el componente en cuestión y selecciona «Actualizar controlador» para que Windows busque automáticamente versiones nuevas. Y si quieres ir sobre seguro, puedes descargar los drivers más recientes desde la web oficial del fabricante de tu tarjeta gráfica, placa base, etc.
Conviene también revisar de vez en cuando si hay nuevas versiones de BIOS/UEFI para tu placa. En demasiados casos se deja de lado este firmware y, sin embargo, las actualizaciones de BIOS pueden mejorar estabilidad, compatibilidad y gestión de energía, lo que se traduce en un comportamiento más suave del sistema. Eso sí, aquí hay que seguir paso a paso las instrucciones del fabricante para evitar problemas.
5. Ajustes visuales y de energía para aligerar Windows
La apariencia de Windows está pensada para lucir bien en casi cualquier equipo, pero en ordenadores con pocos recursos (o simplemente ya veteranos) cada efecto visual y cada animación consume un poco de CPU y GPU. Si quieres dedicar toda la potencia a las aplicaciones en lugar de a la estética, puedes recortar varios efectos.
Para ello, vuelve a Sistema → Información → Configuración avanzada del sistema y, en la pestaña «Opciones avanzadas», entra en el botón «Configuración» de la sección Rendimiento. Se abrirá la ventana de «Opciones de rendimiento» con la pestaña «Efectos visuales». Aquí puedes seleccionar «Ajustar para obtener el mejor rendimiento» para que Windows desactive prácticamente todas las florituras, o bien ir quitando una a una las animaciones y transparencias que menos te interesen.
Además, desde la Configuración moderna de Windows, en la sección «Personalización» y luego «Colores», puedes desactivar los «Efectos de transparencia«. Esto elimina los fondos translúcidos del menú Inicio, la barra de tareas y algunas ventanas, reduciendo un pelín la carga gráfica, algo que se nota sobre todo en equipos de gama baja.
No olvides el plan de energía. Muchos portátiles y algunos sobremesa vienen de fábrica en un modo Equilibrado o incluso en modo Ahorro para priorizar la duración de la batería o reducir el consumo. Eso está bien si no necesitas mucha potencia, pero si tu PC va justo de rendimiento puede compensarte activar el plan de «Alto rendimiento». En el Panel de control → Hardware y sonido → Opciones de energía, muestra los planes adicionales y selecciona el que maximiza el rendimiento, sabiendo que el consumo energético será algo mayor.
Otro pequeño truco consiste en reducir el ruido de notificaciones y procesos en segundo plano. En Configuración → Sistema → Notificaciones, puedes desactivar por completo las notificaciones de Windows o limitar las de ciertas aplicaciones muy pesadas. Cuantos menos avisos y procesos auxiliares se ejecuten sin necesidad, más recursos quedan libres para lo que realmente te importa.
6. Mantenimiento físico: limpieza y temperatura del equipo
Muchas personas se olvidan de que el ordenador también necesita mantenimiento físico para no llenarse de polvo y no recalentarse. Un PC que se calienta demasiado reduce automáticamente su rendimiento (throttling) para proteger los componentes, lo que se traduce en bajones de velocidad incluso aunque el software esté perfectamente optimizado.
Si tienes una torre, portátil o todo en uno que lleva años sin abrirse, es bastante probable que los ventiladores y los disipadores estén llenos de suciedad. Lo ideal es apagar el equipo, desconectarlo de la corriente y, con cuidado, abrir la tapa para limpiar el interior con aire comprimido y un pincel suave, y revisar los filtros antipolvo. Evita soplar con la boca (añades humedad) y no utilices aspiradores potentes que puedan dañar piezas.
Es especialmente importante prestar atención a la zona del procesador y de la tarjeta gráfica, así como a las entradas y salidas de aire. Si ves que los ventiladores no giran como deberían o hacen ruidos raros, puede que toque cambiarlos. Una buena ventilación ayuda a que el PC mantenga temperaturas estables y, por tanto, un rendimiento constante incluso cuando haces tareas pesadas como jugar, editar vídeo o trabajar con muchos programas a la vez.
También merece la pena revisar la pasta térmica del procesador si el equipo tiene varios años. Con el tiempo, este compuesto se seca y pierde propiedades, lo que provoca que el calor no se transfiera bien al disipador. Renovar la pasta térmica puede suponer varios grados menos de temperatura, y puedes apoyar la comprobación usando una cámara térmica para detectar puntos calientes en el equipo.
Por último, en portátiles es buena idea usar bases refrigeradoras o, al menos, evitar apoyar el equipo sobre superficies blandas (como mantas y cojines) que obstruyan las rejillas de ventilación. Un portátil que respira bien rinde bastante mejor que uno que tiene medio tapada la salida de aire caliente.
7. Mejora de hardware: RAM, SSD y otros cambios clave
Llega un punto en el que, por mucho que ajustes el sistema, el límite lo marca el propio hardware. Si tu PC ya tiene unos años y vas corto de memoria o sigues con un disco duro mecánico como unidad principal, unas cuantas mejoras bien elegidas pueden darle una segunda vida sin necesidad de comprar un ordenador nuevo.
La primera actualización a valorar es la memoria RAM. Si sueles trabajar con muchas pestañas del navegador abiertas, programas de edición o juegos modernos, es fácil que te quedes corto con 4 u 8 GB. Cuando esto ocurre, Windows tira de memoria virtual en el disco y empiezan los tirones. Ampliar la RAM permite manejar más datos simultáneamente sin recurrir tanto al disco y mejora claramente la fluidez general.
Antes de comprar módulos nuevos, verifica qué tipo de RAM admite tu placa base (DDR3, DDR4, DDR5…), cuánta capacidad máxima soporta y a qué frecuencias. Puedes consultar el manual de la placa o utilizar herramientas de diagnóstico como CPU-Z para ver el modelo exacto. Una vez tengas claro lo que necesitas, instalar la RAM suele ser tan sencillo como añadir los módulos en las ranuras libres, siempre con el PC apagado y desconectado.
La otra gran mejora que se nota desde el minuto uno es sustituir un disco duro tradicional por un SSD. En un HDD los datos se leen con un brazo mecánico, mientras que en un SSD la lectura es prácticamente instantánea porque no hay partes móviles. Esto supone arranques de Windows mucho más rápidos, cargas de programas en segundos y una sensación de agilidad general en todo lo que haces.
Si vas a hacer el cambio, asegúrate primero de que tu equipo es compatible con el tipo de SSD que quieres poner: los más comunes son los de 2,5″ SATA y los M.2 NVMe para equipos más recientes. Puedes clonar tu disco actual al SSD usando programas especializados (como Macrium Reflect, AOMEI Backupper o similares), de forma que copias el sistema operativo, programas y archivos tal cual sin reinstalar nada. Después solo tendrás que indicar en la BIOS/UEFI que arranque desde la nueva unidad.
En algunos casos, sobre todo si el ordenador es muy viejo o quieres jugar a los últimos títulos con gráficos altos, puede que también te plantees cambiar la tarjeta gráfica o incluso la propia CPU y la placa. Son cambios más profundos, pero cuando se eligen bien marcan la diferencia entre un PC justo y una máquina realmente solvente. Eso sí, si el equipo ya tiene muchos años, no descartes hacer números y valorar si compensa más montar uno nuevo.
8. Ajustes avanzados y perfiles según el tipo de usuario
Si eres de los que quiere ir un poco más allá y exprimir cada detalle, existen herramientas y configuraciones avanzadas para afinar aún más el comportamiento del sistema. No son imprescindibles para todo el mundo, pero si te gusta trastear con el PC pueden ayudarte a detectar cuellos de botella concretos y, si procede, desactivar VBS en Windows para evitar posibles penalizaciones de rendimiento en equipos concretos.
Una de las utilidades imprescindibles es el propio Administrador de tareas, que ya hemos mencionado. En la pestaña de Rendimiento, puedes ver el uso de CPU, memoria, disco y red en tiempo real. Si observas que un componente está siempre al 90-100%, ahí tienes una pista clara: seguramente esa parte del hardware es el factor que más está limitando el rendimiento.
Además, existen programas especializados de monitorización que dan aún más información, como consumo de recursos por proceso, temperaturas, velocidades de reloj y uso de GPU. Saber interpretar estos datos te permite decidir mejor si necesitas más RAM, un SSD, una gráfica más potente o simplemente cerrar ciertas aplicaciones cuando realizas tareas exigentes.
En cuanto a la configuración del sistema operativo, puedes ajustar opciones como el plan de energía avanzado, la prioridad de procesos o las políticas de indexación de discos. Reducir la indexación en unidades secundarias donde no necesitas búsquedas instantáneas puede aligerar la carga en segundo plano, por ejemplo. Eso sí, conviene tocar estas cosas con cierto conocimiento para no desactivar funciones útiles sin querer.
También puedes crear “perfiles” de uso según lo que vayas a hacer. Por ejemplo, para jugar te interesa cerrar clientes de sincronización, editores, navegadores con muchas pestañas y otras apps que consuman RAM y CPU; mientras que para trabajar con programas de edición de vídeo o diseño quizá quieras dejar abiertos solo las herramientas y servicios estrictamente necesarios para ese flujo de trabajo.
9. Consejos específicos para gamers y usuarios profesionales
Si usas tu PC sobre todo para jugar, lo más importante es que la tarjeta gráfica y el procesador tengan vía libre para dedicar todos sus recursos al juego. Mantén los drivers de la GPU siempre actualizados desde la web del fabricante (NVIDIA, AMD, Intel), ya que las nuevas versiones suelen mejorar el rendimiento y corregir bugs en títulos concretos; además, en juegos te interesa aprovechar tecnologías como DirectStorage cuando tu hardware lo soporte.
Antes de iniciar una sesión de juego, cierra programas pesados en segundo plano como navegadores con muchas pestañas, editores o herramientas de virtualización, y deshabilita temporalmente aplicaciones que muestran overlays (capas sobre la pantalla) si no las necesitas. Cuantas menos cosas estén compitiendo por CPU, RAM y disco mientras juegas, menos microcortes y bajones de FPS notarás.
Para quienes trabajan con edición de vídeo, diseño gráfico o modelado 3D, la prioridad es distinta: necesitas un sistema estable que no se cuelgue en mitad de un render ni se quede sin memoria al abrir archivos pesados. En estos casos, además de tener suficiente RAM y un SSD rápido, conviene configurar el software profesional para que utilice las unidades y recursos adecuados (por ejemplo, discos específicos para caché, GPU acelerada en los ajustes del programa, etc.), y asegurar una refrigeración adecuada para largas sesiones de trabajo.
También es buena idea mantener el escritorio limpio, organizar proyectos en carpetas claras y utilizar discos aparte para almacenar materiales de trabajo y copias de seguridad. Así, si en algún momento necesitas formatear o reinstalar Windows para recuperar rendimiento, tendrás tus datos críticos separados y podrás hacer el proceso con menos riesgos.
Respecto a la seguridad, tanto gamers como usuarios profesionales deberían elegir un antivirus que ofrezca buena protección sin devorar recursos. Algunos paquetes son verdaderos monstruos que se activan en los peores momentos. Configura los análisis completos para horas en las que no uses el PC intensivamente y evita tener dos antivirus residentes a la vez, ya que eso genera conflictos y ralentizaciones claras.
Un último recurso cuando todo va realmente mal es restablecer Windows. Desde Configuración → Sistema → Recuperación puedes usar la opción «Restablecer este equipo» para reinstalar el sistema, con o sin conservar tus archivos personales. Es una solución drástica, pero cuando llevas años acumulando errores, restos de programas y configuraciones rotas, volver a un Windows limpio puede suponer un salto enorme en rendimiento. Eso sí, haz copia de seguridad de todo lo importante antes.
Cuidando el almacenamiento, controlando qué programas se cargan con el sistema, manteniendo Windows y los drivers al día, ajustando efectos visuales, vigilando la temperatura y añadiendo algo más de RAM o un SSD cuando toque, puedes conseguir que un PC aparentemente “viejo” vuelva a funcionar con bastante soltura. Al final, se trata de combinar buen mantenimiento, algo de orden y unas cuantas mejoras clave para que tu ordenador aguante muchos años más sin desesperarte cada vez que lo enciendes.