Software de Windows y Linux: integración, dual boot y servidores

Última actualización: 31 de diciembre de 2025
Autor: Isaac
  • Windows y Linux pueden convivir a través de WSL, arranque dual y servidores híbridos, combinando sus fortalezas.
  • GNU/Linux destaca por ser libre, eficiente, estable y muy configurable, mientras Windows prioriza la facilidad de uso y la integración comercial.
  • En hosting, Linux domina aplicaciones web y CMS, y Windows se orienta a entornos corporativos y soluciones Microsoft.
  • Quien viene de Linux puede sentir pérdida de control y privacidad en Windows 11 por telemetría, bloatware y limitaciones de personalización.

software de Windows y Linux

Cuando hablamos de software para Windows y Linux no nos referimos solo a programas concretos, sino a dos mundos completos que conviven, compiten y, cada vez más, se integran entre sí. Desde herramientas como el Subsistema de Windows para Linux (WSL) hasta el clásico arranque dual, hoy es más fácil que nunca mezclar ambos ecosistemas y aprovechar lo mejor de cada uno sin renunciar a nada.

Al mismo tiempo, elegir entre Linux y Windows sigue siendo una decisión clave tanto para el escritorio como para servidores y hosting. Hay diferencias de filosofía, de costes, de control, de privacidad y de forma de trabajar con el sistema. Si estás dudando entre usar solo uno, combinar ambos o dar el salto desde uno al otro, te interesa entender qué aporta cada opción y en qué escenarios brilla más.

Qué es realmente el Subsistema de Windows para Linux (WSL)

El Subsistema de Windows para Linux, o WSL, es una característica integrada en Windows que te permite ejecutar un entorno GNU/Linux completo dentro de tu PC con Windows, sin recurrir a una máquina virtual pesada ni hacer un arranque dual clásico. En la práctica, puedes tener tu escritorio de siempre y, a la vez, una terminal Linux real trabajando codo con codo con tus aplicaciones de Windows.

Con WSL puedes instalar distintas distribuciones GNU/Linux directamente desde Microsoft Store, como Ubuntu, Debian, Kali y muchas otras. También tienes la opción de importar distribuciones no disponibles en la tienda o incluso usar una distro personalizada que hayas preparado tú o tu organización, algo muy útil en entornos profesionales y de desarrollo.

Cada distribución instalada bajo WSL dispone de su propio sistema de archivos aislado, independiente del de Windows, de modo que el Linux que corre ahí dentro mantiene sus rutas, permisos y estructura típica. Desde ese entorno podrás ejecutar herramientas de línea de comandos como bash y utilidades clásicas del universo Unix, tales como grep, sed, awk y otros binarios ELF-64 habituales.

WSL también te permite lanzar scripts de Bash y aplicaciones de consola GNU/Linux de todo tipo: editores como vim o emacs, herramientas de terminal como tmux, lenguajes de programación como Node.js, Python, Ruby, C/C++, C# y F#, Rust, Go, etc., y servicios de red como servidores SSH, bases de datos (MySQL, PostgreSQL, MongoDB), o servidores web como Apache o lighttpd.

A través del gestor de paquetes de cada distribución podrás instalar software adicional igual que en un Linux nativo, sin depender de instaladores de Windows. Además, WSL permite invocar aplicaciones de Windows desde la propia shell tipo Unix y, a la inversa, llamar a programas Linux desde el entorno de Windows, por lo que la integración entre ambos mundos resulta bastante fluida.

Otro punto potente es la posibilidad de ejecutar aplicaciones gráficas GNU/Linux integradas en el propio escritorio de Windows, sin que tengas que montar manualmente un servidor gráfico externo. Para tareas de Machine Learning, WSL es capaz de usar la GPU del sistema y así acelerar cargas de trabajo de inteligencia artificial que corren dentro de Linux, lo que lo convierte en una herramienta valiosa para desarrolladores y científicos de datos.

Conviene remarcar que WSL es un proyecto de código abierto, cuyo código fuente está disponible para descarga y contribuciones. Microsoft mantiene la base, pero la comunidad también puede aportar mejoras, algo que hace unos años habría sonado impensable viniendo de Redmond.

WSL 2: cómo funciona y en qué se diferencia de WSL 1

En la actualidad, WSL 2 es el tipo de distribución por defecto cuando instalas Linux sobre Windows. A diferencia de la primera generación, WSL 2 se apoya en una capa de virtualización ligera que ejecuta un kernel Linux real dentro de una pequeña máquina virtual especializada. Sobre ese kernel, las distintas distribuciones de Linux se comportan como contenedores aislados.

Las distribuciones que usan WSL 2 comparten el mismo espacio de nombres de red, CPU, memoria e intercambio, así como el mismo árbol de dispositivos (salvo excepciones como /dev/pts) y el binario /init de arranque. Sin embargo, cada una mantiene su propio espacio de nombres de procesos (PID), sus propios puntos de montaje, usuarios, cgroups y un proceso init independiente, lo que aporta aislamiento y flexibilidad.

El salto a WSL 2 supuso una mejora notable del rendimiento del sistema de archivos y, sobre todo, la compatibilidad completa con las llamadas al sistema de Linux. Esto permite ejecutar herramientas y aplicaciones mucho más complejas que en WSL 1, acercándose bastante a la experiencia de un Linux “real”.

Una ventaja interesante es que puedes elegir por distribución si quieres usar WSL 1 o WSL 2 y cambiar entre uno y otro cuando quieras. Es decir, una distro puede seguir en WSL 1 por compatibilidad concreta, mientras otra trabaja con WSL 2, y ambas ejecutarse en paralelo sin problemas.

Linux y Windows como sistemas operativos: conceptos básicos

Tanto GNU/Linux como Windows son, en esencia, sistemas operativos que permiten al usuario interactuar con el hardware: monitor, discos, impresoras, tarjeta de red, etc. Gracias a ellos se pueden realizar tareas tan habituales como copiar archivos, mover directorios, editar documentos de texto, conectarse a Internet o crear copias de seguridad.

El sistema operativo es, de hecho, el primer programa que se carga al encender el ordenador. A partir de ahí, administra los recursos, asigna memoria a las aplicaciones, gestiona los dispositivos y controla los permisos de acceso para que todo funcione de forma coherente y segura para el usuario.

La diferencia clave entre ambos mundos es que Linux es software libre y casi siempre gratuito, mientras que Windows es un sistema propietario que requiere licencia de pago. Del mismo modo, la mayoría de aplicaciones disponibles en Linux también se distribuyen con licencias libres, mientras que en Windows abunda el software comercial o shareware (versiones de prueba por tiempo limitado).

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Qué hace especial a GNU/Linux como sistema operativo

GNU/Linux destaca porque es un sistema libre en el sentido más estricto: puedes descargarlo, copiarlo, modificarlo y redistribuirlo sin violar ningún tipo de ley, siempre que respetes la licencia (normalmente la Licencia GNU). Esto ha permitido la creación de un ecosistema enorme de distribuciones y herramientas adaptadas a todo tipo de necesidades.

Otro punto fuerte es su eficiencia: Linux aprovecha muy bien el hardware disponible, tanto en equipos modernos como en ordenadores modestos o antiguos. Es relativamente sencillo reutilizar un viejo PC con Linux para tareas concretas, como servidor casero, equipo de pruebas o máquina ligera para ofimática y navegación.

Buena parte del ecosistema se ha construido gracias a que Linux nació de la comunidad y para la comunidad. No apareció como un producto comercial con ánimo de lucro inmediato, sino como respuesta a necesidades reales de desarrolladores y usuarios avanzados. A día de hoy sigue siendo habitual que alguien programe una herramienta porque la necesita, y la ponga a disposición de todos para que quien quiera la use, la estudie y la mejore.

En el plano técnico, GNU/Linux es multitarea, multiplataforma y multiusuario. Eso significa que puede ejecutar varios procesos simultáneamente, correr en arquitecturas de hardware muy distintas (x86, ARM, servidores, SBC…) y permitir que distintos usuarios se conecten y trabajen al mismo tiempo en el mismo sistema, algo esencial en servidores y entornos corporativos.

Su madurez a lo largo de los años hace que sea un sistema muy estable, con miles de programas libres disponibles mediante repositorios. Desde procesadores de texto y suites ofimáticas hasta aplicaciones de diseño, herramientas de desarrollo y todo tipo de servicios de red, casi siempre tendrás una alternativa abierta para cubrir tus necesidades.

Instalar GNU/Linux junto a Windows: arranque dual paso a paso

Más allá de WSL, mucha gente prefiere instalar Linux junto a Windows en arranque dual, de forma que al encender el PC pueda elegir qué sistema iniciar. Esto permite conservar Windows para tareas puntuales (juegos, software específico, etc.) mientras se usa Linux como sistema principal para el día a día.

El procedimiento no es tan dramático como parece. Básicamente, necesitas escoger una distribución, preparar un USB de arranque, hacerle hueco en el disco y luego instalar la distro configurando bien las particiones. Todo ello sin eliminar tu instalación de Windows actual.

Elegir la distribución adecuada

Lo primero es decidir qué distro vas a instalar. Todas parten del mismo núcleo GNU/Linux, pero cambian el escritorio, las herramientas de administración y la filosofía. Para un usuario de PC moderno sin grandes restricciones de potencia, el abanico es amplísimo.

En un extremo se encuentran distros más avanzadas como Arch Linux, muy modulares y potentes, pero con una curva de aprendizaje alta. En el otro lado tenemos opciones más amigables, como Ubuntu o Linux Mint (basadas en Debian), pensadas precisamente para quienes se inician y quieren un sistema “que funcione” sin demasiadas complicaciones.

Uno de los motivos por los que Ubuntu y Linux Mint son tan recomendables es que disponen de una comunidad enorme, con foros, blogs y tutoriales para casi cualquier problema. Muchas soluciones pensadas para Ubuntu sirven también en Mint o en otras derivadas como Kubuntu, lo que facilita la vida al recién llegado.

También conviene fijarse en la arquitectura soportada (32 o 64 bits). Casi todos los equipos actuales son de 64 bits y las principales distros ya solo publican versiones para esa arquitectura. Si tu PC es muy antiguo y tiene CPU de 32 bits, tendrás que buscar distribuciones que todavía ofrezcan imágenes específicas para ese tipo de procesador.

A la hora de elegir, influye bastante la interfaz. Ubuntu ofrece una experiencia distinta a Windows, mientras que Linux Mint o variantes como Kubuntu se sienten más cercanas al escritorio clásico de Windows. Si prefieres algo con aire a macOS, propuestas como elementaryOS pueden encajar mejor en tu forma de trabajar.

Secure Boot: desactivarlo o no

Otro punto que no se puede obviar es el arranque seguro (Secure Boot) que traen muchos equipos con Windows. Esta función del firmware UEFI impide que arranquen sistemas no firmados o desconocidos, y puede bloquear algunas distribuciones Linux que no estén preparadas para ello.

Distribuciones populares como Ubuntu ya soportan Secure Boot sin problemas, pero si te decantas por otra, es importante revisar su documentación para ver si funciona con esta protección activada. Si no la soporta, tocará entrar en la UEFI y desactivar Secure Boot, siempre que el fabricante del equipo permita hacerlo.

Preparar espacio en el disco para Linux

Antes de instalar nada, hay que liberar espacio en el disco duro donde está Windows. En Windows 10 puedes abrir la herramienta “Crear y formatear particiones del disco duro” desde el menú inicio. Allí verás tus unidades y particiones actuales.

Lo habitual es hacer clic derecho sobre la partición principal de Windows (normalmente C:) y usar la opción “Reducir volumen”. Indicas cuántos megabytes quieres liberar, la herramienta encoge la partición de Windows y deja un bloque de espacio “No asignado” que más adelante utilizarás para instalar Linux.

Crear el USB de arranque

El siguiente paso es descargar la imagen ISO de la distribución elegida y crear un USB de arranque. En el caso de Ubuntu, desde su web oficial puedes bajar versiones LTS (soporte prolongado, más estables) o lanzamientos más recientes con novedades pero cambios más frecuentes.

Un archivo ISO es básicamente una copia exacta de un sistema de archivos, como si fuese el contenido íntegro de un CD o DVD empaquetado en un único fichero. Esa imagen se “quema” en el USB con herramientas como Rufus en Windows, seleccionando el dispositivo correcto y la ISO descargada.

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La configuración por defecto de Rufus suele funcionar bien para la mayoría de equipos, así que normalmente bastará con elegir la imagen, darle a empezar y aceptar que el contenido previo del USB se borrará. Si la ISO usa una versión de syslinux distinta, el propio Rufus puede descargar lo que falta de Internet.

Instalar Linux junto a Windows

Con el USB listo, toca arrancar el ordenador desde ese pendrive. Nada más encender, sueles tener que pulsar una tecla como F12, F8, F9, F10, Esc o similar, según la BIOS o UEFI de tu placa. En el menú de arranque eliges el USB y dejas que cargue la distro.

La mayoría de distros ofrecen la opción de probar el sistema en modo live sin instalar. Es buena idea usarla: así ves si el escritorio te convence y si el hardware se detecta bien. Desde ese entorno live puedes lanzar después el instalador gráfico con un icono en el propio escritorio.

El asistente de instalación suele pedirte idioma, distribución de teclado y conexión a Internet (esta última es opcional, aunque tener red permite descargar actualizaciones durante la instalación). En Ubuntu, también puedes elegir entre instalación “normal” (con más aplicaciones) o una versión mínima con lo esencial.

Llegará un punto en el que el instalador detectará que ya tienes Windows instalado y te propondrá directamente la opción de “Instalar junto a Windows 10”. Si eliges esa alternativa, el propio instalador se encargará del particionado básico y de configurar el arranque dual sin que tengas que complicarte demasiado.

Particionado manual: /, /home y swap

Si quieres un control más fino sobre el disco, puedes optar por la opción de “Más opciones” en el instalador y crear las particiones manualmente. Esto permite separar el sistema, los archivos personales y el área de intercambio, algo muy recomendable en entornos de escritorio donde vas a trastear a menudo.

Lo habitual es crear una partición raíz con sistema de archivos ext4 y punto de montaje “/”, donde irán el sistema y la mayoría de programas. Con 20-30 GB suele haber espacio suficiente para una instalación cómoda, aunque si tienes disco de sobra, mejor ir más holgado.

Después se crea la partición de área de intercambio (swap), que el sistema usa como apoyo a la memoria RAM. En equipos con poca RAM, se suele recomendar un tamaño de swap cercano al doble de la memoria física; en máquinas modernas con bastante RAM, puede ser menor, salvo que planees usar mucho la hibernación.

Por último, es muy recomendable tener una partición dedicada para /home, donde se guardan tus archivos personales y configuraciones de usuario. De esta forma, si en algún momento necesitas reinstalar la distribución o cambiar a otra, puedes conservar la partición /home sin formatearla y mantener documentos y preferencias.

Antes de proceder, conviene revisar bien la tabla de particiones y asegurarte de que no vas a borrar nada que quieras conservar. Una vez pulses “Instalar ahora” y confirmes, el instalador formateará las particiones indicadas y escribirá el gestor de arranque que te permitirá elegir entre Windows y Linux al encender.

Ajustes finales de la instalación

Mientras la distro se copia al disco, el asistente te pedirá que selecciones tu zona horaria para ajustar correctamente el reloj del sistema y los horarios de verano o invierno que correspondan a tu región.

También tendrás que crear un usuario y una contraseña. Ese usuario será el que uses a diario, y la contraseña servirá tanto para iniciar sesión (si no habilitas el acceso automático) como para ejecutar tareas administrativas mediante sudo. Puedes elegir un nombre descriptivo para la máquina, sobre todo si va a convivir en una red con otros equipos.

Cuando el proceso termina, al reiniciar el ordenador aparecerá un menú de arranque desde el que podrás seleccionar Windows o GNU/Linux. A partir de ahí, el control es tuyo: puedes trabajar habitualmente en Linux y recurrir a Windows solo cuando lo necesites.

Instalar Linux en equipos con Windows 11

Si tu máquina ya viene con Windows 11, el procedimiento es prácticamente idéntico. Sigues necesitando liberar espacio en disco, crear un USB de arranque con la ISO de la distro que prefieras e iniciar el equipo desde ese USB.

La pequeña diferencia es que en muchos casos tendrás que usar el arranque avanzado de Windows 11 para seleccionar el dispositivo USB al reiniciar. Puedes hacerlo desde el menú inicio, pulsando Shift mientras eliges la opción de reinicio, y desde ahí entrar en las opciones de firmware o selección de dispositivo de arranque.

Linux vs Windows en servidores y hosting web

En el terreno del hosting, Linux lleva ventaja histórica como sistema operativo para servidores web. Desde principios de los 90 se ha consolidado como la opción preferente gracias a su estabilidad, eficiencia y al hecho de ser software libre, sin costes de licencia por copia.

Si necesitas montar servicios que dependan de PHP, Perl, Python, Ruby o bases de datos MySQL, lo habitual es que el proveedor de hosting te ofrezca un plan basado en Linux. Para aplicaciones como blogs, CMS (WordPress, Drupal, Joomla, etc.) o foros, los servidores Linux se han convertido casi en el estándar de facto por su flexibilidad y por la abundancia de soluciones de código abierto.

Por otro lado, Microsoft también juega en este campo con Windows Server desde los años 90. Es un sistema de pago con soporte y actualizaciones oficiales durante un periodo concreto, elegido a menudo en entornos que dependen de tecnologías como ASP.NET, SharePoint o Exchange, que han sido tradicionalmente su terreno.

Con el tiempo, frameworks como ASP.NET Core han ganado compatibilidad con Linux, reduciendo en parte esa dependencia de Windows para aplicaciones .NET modernas. Aun así, muchas herramientas corporativas de Microsoft siguen siendo más habituales o directamente exclusivas en servidores Windows.

Ventajas y desventajas de Linux como sistema de servidor

La filosofía de diseño de Linux apuesta por mantener el sistema lo más simple y modular posible. En él, prácticamente todo se trata como un archivo: dispositivos, procesos, sockets… Esto permite ajustar el sistema con gran precisión, e incluso modificar el propio kernel cuando las necesidades lo requieren.

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La administración de un servidor Linux puede hacerse por línea de comandos o mediante interfaces gráficas, pero en entornos profesionales suele primar el terminal por su potencia, automatización y menor consumo de recursos. Eso sí, esa libertad exige un cierto nivel de conocimientos y responsabilidad por parte del administrador.

Entre sus ventajas están la estabilidad, la seguridad, la flexibilidad y las licencias abiertas. Entre los inconvenientes, para algunos perfiles menos técnicos, está la complejidad inicial: un usuario acostumbrado a “siguiente, siguiente, finalizar” puede sentirse algo perdido ante tantos parámetros y ficheros de configuración.

Ventajas y desventajas de Windows Server en hosting

Windows, en cambio, siempre ha puesto el foco en ofrecer una experiencia gráfica sencilla de entender y en herramientas para optimizar Windows. Las herramientas de administración tienden a centralizarse en consolas con menús e iconos, de forma que muchas tareas se pueden hacer sin abrir una ventana de comandos.

Esta aproximación reduce barreras para administradores con menos bagaje técnico, pero también implica que el sistema confía mucho en el usuario final: puede instalar software por su cuenta, cambiar configuraciones sensibles o desactivar protecciones sin ser del todo consciente de las consecuencias, abriendo la puerta a errores de seguridad si no hay políticas claras.

En servidores Windows, el control de recursos de hardware está muy centralizado en herramientas propias de Microsoft, con buenas integraciones en ecosistemas corporativos donde ya se usan Active Directory, Exchange, SharePoint u otras soluciones de la casa.

Cómo decidir: ¿Linux o Windows para tu proyecto?

Cuando gestionas tú mismo los módulos de un servidor, tarde o temprano tendrás que decidirte por Linux o por Windows. Y muchas veces la decisión se toma por motivos equivocados: por ejemplo, pensar que el sistema del servidor debe ser el mismo que el que usas en tu PC, cuando en realidad puedes administrar un servidor Linux cómodamente desde un escritorio Windows (o al revés) usando herramientas como Plesk, paneles web o conexiones remotas.

El coste es otro factor que suele sobredimensionarse. Es cierto que Linux, al ser de código abierto, puede resultar más barato en licencias, pero en proyectos grandes también hay que considerar gastos de soporte, contratación de personal experto y mantenimiento. Por otro lado, el modelo de licencias y edición de Windows sigue siendo más complejo y, en ocasiones, más caro a largo plazo.

En la práctica, no existe un ganador absoluto en la batalla de servidores Linux vs Windows. Linux brilla con aplicaciones web basadas en software libre, CMS y servicios muy extendidos; Windows resulta más atractivo cuando se requiere una integración profunda con soluciones empresariales de Microsoft o con tecnologías que se han construido históricamente sobre esa plataforma.

Pasarse de Linux a Windows 11: luces y sombras

Para quienes ya han pasado un tiempo en GNU/Linux, migrar a Windows 11 puede parecer, al principio, una decisión lógica: mejor soporte para algunos juegos, mayor compatibilidad con cierto software propietario y una interfaz que resulta familiar a la mayoría de usuarios.

Sin embargo, muchos usuarios que han hecho ese recorrido descubren rápidamente que se pierde control, privacidad y, en algunos casos, estabilidad. No porque Windows sea un mal sistema operativo, sino porque venir de Linux implica estar acostumbrado a otra forma de entender el ordenador, con más transparencia y posibilidades de personalización.

Un punto especialmente polémico es la telemetría invasiva de Windows. El sistema recopila datos sobre uso, búsquedas, apps y patrones de comportamiento con fines de mejora del producto, pero también para integrar mejor servicios comerciales y recomendaciones. Desactivar buena parte de esa recopilación implica tocar configuraciones avanzadas, editar el registro, desinstalar aplicaciones preinstaladas y aun así no siempre hay garantía total.

Otro aspecto que choca a los usuarios de Debian, Ubuntu y compañía es la gestión de actualizaciones en Windows. Mientras que en muchas distros Linux decides cuándo instalar y cuándo reiniciar, en Windows 11 es fácil que el sistema programe reinicios o actualizaciones en momentos poco convenientes si no se configura todo con cuidado.

Además, Windows 11 llega cargado de aplicaciones preinstaladas (bloatware) y servicios integrados que no todo el mundo desea: navegador por defecto muy persistente, integraciones con servicios en la nube, herramientas corporativas, asistentes de IA… Limpiar el sistema de componentes innecesarios puede requerir tiempo y ciertos conocimientos.

La mayor fricción para el usuario avanzado acostumbrado a Linux, no obstante, es la sensación de que no se tiene el control total del equipo. En Windows es más complicado auditar procesos del sistema, modificar ciertos comportamientos internos o reemplazar componentes fundamentales sin romper el soporte oficial. En Linux, en cambio, el límite lo pones tú (y tu nivel técnico): desde cambiar el gestor de arranque hasta recompilar el kernel o desactivar servicios a tu antojo.

Por todo ello, muchos usuarios que probaron a volver a Windows tras años en Linux describen la experiencia como pasar de un entorno donde el sistema se adapta a ti a otro donde tú debes adaptarte a las normas del proveedor. Para quien prioriza libertad y control, ese cambio puede hacerse cuesta arriba, aunque reconozca la comodidad de la compatibilidad y ciertos extras de Windows.

Queda claro que el universo del software de Windows y Linux se ha vuelto mucho más híbrido: WSL acerca GNU/Linux a los desarrolladores que no quieren salir de Windows, el arranque dual permite moverse entre ambos mundos a golpe de reinicio y, en servidores, Linux y Windows se reparten el pastel según el tipo de proyecto. Al final, más que elegir un bando, lo más sensato es entender las fortalezas y debilidades de cada opción y combinarlas con cabeza según tus necesidades reales.

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